Jesús apenas puede andar, el dolor de las heridas y el peso de la cruz hace que caiga al suelo empujado por el verdugo que le lleva atado del cuello. Así dice el profeta: "Voy encorvado y encogido; todo el día camino sombrío; tengo las espaldas ardiendo; no hay parte ilesa en mi carne" (Salmo 37, 7-8).
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