Jesús, Hijo de Dios y por tanto Dios mismo, es condenado a muerte por hombres pecadores. Es el mayor sacrificio que puede hacer Dios para salvar a la humanidad y hacer que vuelva de nuevo a El… Primero le condenan los propios representantes de la religión, ante el Sanedrín, cuando Jesús reivindica su carácter mesiánico de un modo claro: "Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios. Dijo Jesús: Tú lo has dicho... Ellos respondieron: Reo es de muerte." (Mt. 26, 63-66); después le condena el poder civil representado por Pilato, ante la petición del propio pueblo, a pesar de saber que su decisión no era justa: "Dijo el procurador: ¿y qué mal ha hecho?. Ellos gritaron más diciendo: ¡Crucifícale!. Viendo, pues, Pilato que nada conseguía, sino que el tumulto crecía cada vez más, tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: Yo soy inocente de esta sangre; vosotros veáis. ... Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que le crucificaran." (Mt. 27, 23-26).
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